DESVARÍOS ENTRE LO URBANO Y LA URBANIDAD
Anécdotas
ilustradas
de hoy y de siempre
con su pertinente moraleja
para utilidad de jóvenes y mayores
que pretenden no caer en el incivismo
que nos acecha en cada esquina
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Pablo el Guarro
Antonio Riquelme
Ortega (4º de ESO D)
Érase una vez un joven llamado Pablo, era amistoso, no se
metía en problemas y tenía buenos amigos. Pablo iba a clase y quedaba con sus
amigos en su tiempo libre. Sin embargo, tenía un problema: no podía evitar
rascarse los genitales en público. Para él era un vicio, pero para los demás
era asqueroso.
Un mal día, Pablo tenía que exponer un trabajo en la pizarra
en clase. Había estado trabajando y estudiando para la exposición toda la
noche. Se preparó para exponer, se sentía confiado. Comenzó la exposición, todo
iba bien, pero era inevitable, Pablo empezó a rascarse los genitales delante de
todos sus compañeros. Unos estaban riendo y otros, incómodos, tapándose los
ojos.
Cuando acabó la exposición, Pablo no entendía por qué la gente
estaba riéndose de él o lo aborrecía. Fue a hablar con sus amigos, pero ellos
no querían estar junto a él, incluso hacían bromas y burlas al respecto.
Pablo fue a su casa confuso, abrió el ordenador y vio que en
YouTube habían publicado un vídeo en el que él aparecía exponiendo su trabajo.
Alguien lo había grabado a escondidas. Pablo pudo observar que era el
hazmerreír de todo el mundo. Siempre le decían que no se rascarse en público,
pero él no hacía caso a las advertencias.
Pablo no pudo dormir esa noche sabiendo que todo el mundo se
estaba riendo de él.
A la mañana siguiente, Pablo pidió a su madre que lo llevase
en coche ya que no quería ir en el bus escolar. Al llegar al instituto,
empezaron a tirarle restos de comida y cáscaras de huevo, recibiendo insultos
por parte de sus compañeros. Pablo se dirigió al lugar donde solía verse con
sus amigos, pero ellos no aparecieron.
Pablo perdió a todos sus amigos y todo el mundo se burlaba de
él por la falta de educación, la ausencia de modales y la falta de
consideración por los demás.
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PASEO POR LA REALIDAD
Zhenya Corona Nester (4º
D de ESO)
Tras una conversación con un familiar mío, en la que me
expresó (de una forma un poco violenta, me veo obligado a admitir) su profunda
preocupación por mi abandonada vitalidad, decidí olvidarme por un momento de mi
incomprensible obsesión por la música y salir a la calle.
Si hubiera
sabido que en aquel momento tomé la decisión más errónea de mi vida, sin
ninguna duda me hubiera quedado en mi habitación, escuchando la cuadragésima
sinfonía de Mozart en sol menor.
La luz del sol
me cegó al salir de mi casa y, sin ver apenas el extenso mundo que me rodeaba,
caminé un par de metros, hasta que mis pupilas se adaptaron al entorno. Fue
entonces cuando, teniendo absoluta posibilidad de observar el ambiente, comencé
a pasear por el pueblo.
Pronto me di
cuenta de que había pasado más tiempo del que yo creía encerrado en mi
dormitorio, pues no fui capaz de reconocer nada de aquel lugar en el que vivía.
Las paredes de todos los edificios estaban cubiertas por unos dibujos grotescos
y extravagantes, y las calles estaban saturadas de basura y residuos. A cada
segundo que pasaba y a cada paso que daba, mi incomodidad iba aumentando y el
deseo de volver a mi casa se hacía más fuerte. Un instante después recordé que,
cerca de donde me encontraba, había un parque infantil, en el que yo jugaba
cuando aún era un niño.
Llegué al parque
y me senté en un banco. El paso del tiempo había deteriorado también ese sitio.
Y, perdido en mis reflexiones, solitario como estaba en aquel parque, no me di
cuenta de que pasaban las horas.
Un recuerdo
fugaz que pasó por mi mente me hizo levantarme de mi asiento e ir a mirar a un
árbol más de cerca. Cuando era niño, pasaba las tardes escalándolo y subiéndome
a sus fuertes ramas. Nunca hubo un árbol más soberbio e imponente en aquel
pueblo que ese. Sin embargo, en cuanto me acerqué más, no sentí admiración,
sino tristeza. Eran como cicatrices, en todo el tronco. Como si una bestia lo
hubiera arañado durante la más salvaje de sus noches. Eran trazos imprecisos,
dibujos ridículos o palabras sin sentido, tatuadas en toda la superficie de
madera
Un fuerte sonido
atravesó mis oídos como un látigo, y desvió mi atención a otra parte. Un grupo
de hombres, bastante ebrios, a mi parecer, le decían cosas a gritos a una
mujer, que estaba evidentemente incómoda y, a paso rápido, intentaba alejarse
de aquellas personas que habían consumido demasiado alcohol.
Había oscurecido
ya, y la luz artificial de las farolas iluminaba la ciudad. Durante mi camino
de vuelta, me topé con un reducido grupo de jóvenes, que iban hablando entre sí
con una forma y un vocabulario muy vulgar, se insultaban entre ellos y decían
algo sobre romper cristales pinchar ruedas de coches.
Acabé el día con
un fuerte dolor de cabeza y una gran sensación de desesperanza.
Volver a mi
cerrado mundo, el cual no era más que una enfermiza obsesión, me produjo tal
satisfacción que olvidé por completo la horrible experiencia que viví en ese al
que llaman “mundo real”, que yo más bien describiría como salvaje.
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Una mala decisión
Lola Pons Vicente (4º B de ESO)
Aquel hombre
lo tenía todo: una familia, una casa, salud, amigos que le querían
absolutamente todo, pero aun así decidió tomar esa decisión, incluso sabiendo
que no debía hacerlo.
Comenzaba a anochecer y el hombre decidió ir a casa de un
amigo a ver el partido de fútbol, porque aquel día jugaba el Real Madrid contra
el Barcelona. En cuanto llegó, su amigo, el dueño de la casa, le ofreció una cerveza.
Como era de esperar, él dijo que sí que la quería. Empezaron con un par de
ellas. Él sabía que no debía tomar más de dos porque luego tenía que volver a
casa.
Pasaron de ser dos a cuatro, y de cuatro a seis. Cuando acabó
el partido ya iban ocho. Decidió parar porque ya ni se mantenía en pie. Él no
se preocupó demasiado. Pensaba que, si descansaba diez minutos, se iba a levantar
bien. Por desgracia no fue a así. Se levantó pensando que se le había pasado la
borrachera. Entonces decidió coger las llaves del coche e irse a casa. Sus
amigos no estaban muy de acuerdo dadas las circunstancias del hombre, pero él
se puso muy pesado diciendo que iba bien y que no pasaba nada. Así y todo, los
amigos le dejaron ir, una decisión de la que se arrepentirían por el resto de
sus días.
El hombre se montó en el coche, arrancó y se puso en camino.
Todo parecía ir bien, hasta que salió a la autopista y vio que su vida y la de
los demás coches corrían peligro. Se empezó a agobiar y a ponerse nervioso.
Llegó un momento en que ya ni veía las líneas de la carretera,
se cambió de carril y esa decisión de tan solo cuatro segundos acabó con su
vida y con la del inocente conductor que venía de frente.
Esto es una desgracia que pasa en el día a día y la gente
debe concienciarse de que si bebes no se debe conducir.
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Y ahora…
una serie de hilarantes relatos rayanos con el absurdo, la poesía, ¿la vida
misma…?
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La vida es
dura, amigo…
Lucas
Rava Donadi (3º F de ESO)
Un catalán llamado Jorge estaba emocionado porque por primera
vez iba a ir a Cataluña. Jorge tenía una historia muy rara, la cual me contó
durante todo el vuelo. Trataba de que él nació en Tokio, pero era catalán, y
nunca había ido a esta comunidad autónoma.
Bueno, me
presento: me llamo Havi y soy una persona amargadamente feliz porque alguna vez
quisiera estar triste.
Yo ya me
encontraba en Barcelona y me fui a dar una vuelta, y en el camino me encontré a
un político hijo de su mami que era independentista y, sí, si os lo preguntáis
era Puigdemont. Me dirigí hacia él para hablarle cuando… ¡Me encontré a mi
amigo Jorge, que estaba con él!, y me dijo que él también era independentista.
Tuvimos una gran
charla muy interesante, pero al mismo tiempo agresiva. Pasaron las horas y
seguimos charlado, hasta que no me contuve y le propiné una paliza a tal grado
que hice que cambiara sus ideales y que pusiera las cosas en orden.
Después de
aquella agradable pelea, volví a Japón a escribir la historia tan emocionante
sucedida en Barcelona.
Después de todo,
me faltaba el título del libro y, tras meditar, lo llamé: “La vida es dura,
amigo”.
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Manos,
¿para qué?
Alba
Rueda Carro (3º F de ESO)
Érase una vez un limpiacristales que no tenía manos. Todo el
mundo se reía de él y nadie le contrataba porque pensaban que lo iba a hacer fatal.
Un día Manuel (el
limpiacristales), estaba en su casa y recibió una llamada. Era un señor que
quería que le limpiaran los cristales; Manuel, lleno de emoción, fue todo lo
rápido que sus piernas le dejaron y llegó en un abrir y cerrar de ojos.
Llegó a la casa y
el dueño, al ver que era manco, dudó de sus habilidades, aunque le dejó pasar y
prefirió confiar en él.
Manuel cogió el
trapo con un pie y el “fus fus” y, haciendo el pino con la cabeza, empezó a
limpiar.
A las dos horas
había terminado su trabajo y el dueño no podía estar más sorprendido. Toda la
casa relucía.
El dueño le
invitó a quedarse a cenar por el buen trabajo y le contó lo que le pasaba a
diario en el trabajo y lo poco que le respetaba la gente por la falta de manos.
El otro le contó
que él era catalán, pero que había nacido en Tokio y jamás había estado en
Cataluña.
Cada uno se contó
al otro sus respectivos problemas y encajaron bastante. Se hicieron muy amigos.
Al día siguiente
le llamaron veinte personas requiriendo su ayuda.
Sergio, su amigo
del día anterior, había escrito buenísimas críticas y, por fin, tenía dinero
para pagar su alquiler, con lo que, así, tendría una vida.
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El tío Francisco
Noelia Moreno Moreno
(3º F de ESO)
Un día, Andrea estaba en su casa; se sentía alegremente
abatida, ya que su novio la había dejado justo en San Valentín. Ella sabía que
no era buen novio, ya que le había puesto los cuernos dos veces, pero, aun así,
lo quería muchísimo. Su novio era… cómo decirlo… un limpiacristales manco, ya
que perdió sus manos en un accidente; lo contrataban solo porque tenían pena,
puesto que en tiempos fue un famoso deportista y, por circunstancias, en aquel
momento subsistía limpiando cristales.
Así las cosas,
Andrea era una chica muy amargada, pero feliz, ya que como no tenía ni novio ni
nada por lo que preocuparse, su vida era buena. Aunque, una vez, un supuesto
chico catalán nacido en Tokio le pidió salir. El chico era horriblemente guapo,
pues se vestía como el culo, pero era muy guapo.
Al poco tiempo, a
su tía se le murió el marido; lo enterraron e hicieron toda la ceremonia típica
de los entierros. Como en aquella época aún no les había tocado la lotería,
tuvieron que enterrarlo en un cartón gigante; como no entraba todo el cuerpo lo
hubieron de cortar en trocitos con el cuchillo del jamón.
Un día que
estaban en el centro comercial, de repente, su tía grita: “¡Francisco!” (el
nombre de su marido muerto). Andrea le dijo a su tía: “No alucines, el tío ya
murió hace dos meses”. Dejaron pasar el asunto, pero cuando estaban en casa
alguien tocó a la puerta y abrieron. El tío Francisco les dijo: “Hola… qué
pasa, gente”. Se quedaron tan flipadas como tú al leer esta historia.
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Turismo
Víctor de
la Vega López (3º F de ESO)
Salía Miquel del barco, emocionado por llegar al fin a su
destino, aunque se sentía triste; para llegar allí había tenido que abandonar a
toda su familia en Cataluña. Venía de Valencia y se sentía dolido al recordar
que nadie nunca había querido quedarse con él, por eso lo alegraba en cierta
manera el haberse ido de aquel país, donde nadie se dignaba a visitarlo.
Decidió no darle más vueltas, había llegado a su lugar de nacimiento, Tokio,
cómo añoraba su hogar, aunque sabía, y se arrepentía por ello, que su
nacionalidad era catalana. Bueno, continuó con su salida del aeropuerto. Fue
dando un paseo hacia una pastelería que tenía muy buena pinta, y, de camino,
vio cómo un hombre manco que limpiaba los cristales de un gran edificio estaba
a punto de desplomarse veinte metros sobre el suelo. Llamó a los bomberos
inmediatamente, pero tardaban demasiado y sabía que el hombre no aguantaría. Se
lanzó a ayudarle; usó el ascensor y se asomó a la ventana en la que el hombre
muy asustado pedía auxilio. Rompió el cristal con una silla y se lanzó al
andamio donde se encontraba. Lo tiró con fuerza hacia el despacho sin ventana,
y sobrevivió sin apenas un rasguño. Cuando se disponía a saltar hacia el
limpiacristales, el andamio se cayó. Y mientras caía, pensaba que aunque el
destino había sido muy cruel, había tenido una buena vida, y se dejó caer hacia
los bomberos, que lo esperaban con una colchoneta para que no se lastimara. Se
convirtió en un héroe en Tokio y Cataluña, y por fin se sintió a gusto consigo
mismo.
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El olvido
de la muerte
Alejandra Ortiz Molina (3º F de ESO)
Hola, me llamo David, tengo 16 años, mi vida no es que haya
sido fácil, ya que desde pequeño tengo que ver cómo mis padres lloran el día de
mi cumpleaños; siempre dicen que me echan de menos, y lo dicen en frente de una
vela. Creo que es porque como últimamente no he estado mucho con ellos, dado
que tengo que estudiar mucho para selectividad; he sacado tan buenas notas que
he hecho dos cursos en uno. Creo que voy a ir a la planta de abajo para coger
un vaso de agua, llevo varios años deshidratándome mucho; creo que desde el día
que me recuperé del cáncer. Espera, ¿no os lo había dicho?, pues sí, tuve
cáncer de pulmón hace ocho años, justo los años desde que mis padres vienen
llorando frente a una vela. Curioso, ¿verdad?
Bueno, el caso es
que ya estoy bajando las escaleras, llego a la cocina; está mi madre, la
saludo, pero ella no me contesta; le digo que voy a buscar celo para pegar unas
fotos en un trabajo de Filosofía; no me contesta. Creo que está enfadada, ya
que en los últimos ocho años apenas le he hablado, ya que he tenido que
estudiar y he tenido que estar casi las veinticuatro horas encerrado en la
habitación. Abro el cajón y veo un papel que pone: “Certificado de Defunción”.
Lo peor es que pone mi nombre y la enfermedad que tuve hace ocho años. ¿Y si de
verdad estoy muerto?
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Alturas,
cristales y apócrifos muertos
Nacho
García Parras (3º F de ESO)
El trabajo de limpiacristales para mí es muy bonito, el hecho
de estar allí arriba, viendo que tienes la ciudad a tus pies, es emocionante.
Lo malo es que es algo peligroso, sí que lo es, y más si te falta una mano.
Un día cualquiera
en mi servicio en el Empire State, de mañana, me presentaron a mi nuevo
compañero, un hombre bajito, un poco regordete… no muy agraciado.
Cuando andábamos
por el quinto piso, escuché un estruendo. Me asomé y encontré a mi compañero de
pie, con las manos alzadas. Seguidamente, saltó al vacío e hizo un triple
mortal con tirabuzón.
Yo,
preocupadamente, bajé a intentar conocer su paradero (usted, que está leyendo
esto, no piense que iba a ver si seguía vivo, porque los dos sabemos que un
salto desde un quinto piso te deja más tieso que mi pelo después de
despertarme).
Cuando llegué
abajo no había nadie, todo era normal, como si no hubiera pasado nada, estaba
el mismo grupo enorme de gente pasando por la calle.
Han pasado tres
días del accidente, yo me he presentado al funeral; cuando me acerqué al ataúd,
¡no había nadie! Acabé pensando que me estaba volviendo loco.
Al día siguiente,
en el trabajo, sin acordarme de lo ocurrido días antes, me encontré a mi jefe;
detrás de él, un joven bajito y gordete… ¡era él!
Le pregunté por
lo sucedido y él me respondió que no tenía ni idea de aquello de lo que le
hablaba.
Me preparé para
la celebración del día siguiente: era la limpieza número quinientos del rey de
los rascacielos. Allí presente estaba Donald Trump, presidente de los Estados
Unidos, y otros representantes de otros países. De España no había nadie,
parece que Pedro Sánchez estaba haciendo calistenia en un parque de
Carabanchel.
Cuando me dirigía
a conmemorar la celebración, me dieron las tijeras inaugurales corté el lazo
del nuevo sistema de limpiados. Seguidamente, me desperté en el sofá del
hospital, delante; mi compañero.
***************
Paradójicas
circunstancias
María
Grau Flores (3º F de ESO)
Buenos días a todos y bienvenidos a las noticias de las tres.
Hoy abrimos nuestro telediario con Pedro Agridulce, el hombre de cincuenta años
que resucitó. Tenemos la suerte de que nos acompañe para una entrevista.
—Buenos días, señor Agridulce, ¿Qué pensó la noche del pasado
viernes, cuando despertó en su cama después de haber muerto pocas horas antes?
—Hola, ¿qué tal? Bueno, la verdad, pensé en qué iba a
desayunar.
—¿Cómo? ¿No se planteó por qué seguía vivo?
—Mmm, no. ¿Por qué no iba a seguir vivo?
—Pero, señor Agridulce. A usted le atropelló un zepelín
cuando nadaba con su ala delta en el desierto de Tabernas en Almería.
—¿Está segura?
—Sí, salió en todos los medios de comunicación, con imágenes
y todo.
—Pues lo siento, pero no lo recuerdo. No sé, será por mi
forma de ser. Verá, desde niño he sido un poco diferente. Mis padres me
llevaron a un psiquiatra que me dijo que tenía personalidad paradójica. En
realidad yo no le creería mucho: se definía a sí mismo como un filántropo
usurero. Un día, les dijo a mis padres que aquella sesión nos la regalaba y, al
rato, cuando nos íbamos, le quitó la cartera a mi madre —y empezó a reírse, muy
escandalosamente, como un maniático.
—Bueno, llegamos al final de la entrevista, muchas gracias
por acompañarnos, señor Agridulce.
Al día siguiente
visitó el programa el doctor González, el filántropo usurero.
—Hola, doctor González. ¿Qué tal está? Ayer tuvimos el placer
de tener en el programa a Pedro Agridulce, que nos contó un poco sobre usted.
Nos ha asombrado tanto su personalidad que hemos querido invitarlo. Cuénteme,
¿cómo se puede ser un filántropo usurero?
—Buenos días, ¿qué tal? Verá, estas dos personalidades mías
no van juntas. Es como que cada una se apodera de mi cerebro de vez en cuando.
No me malinterprete, la mayoría del tiempo soy una persona medio normal. Pero a
veces me dan unas ganas terribles de pagarle la compra a alguien y otras de
cobrar el doble por una sesión en el trabajo.
—Y, dado que es psiquiatra, ¿no se le ocurre hacérselo mirar?
—Qué va, yo estoy bien. Por cierto, ¿cuánto van a pagarme por
venir al programa?
—¿Perdón?
—Decía que cuánto dinero le debo por brindarme esta
oportunidad de exponer mi personalidad al mundo.
—Eh, está bien, hablaremos de eso luego. Continuamos después
de la publicidad.
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PANES Y PANES 4
Iker
Otiñar Crecente (2º G de ESO)
Un pan de pan lloraba llorando porque era un pan deprimido y
era feliz, por eso lloraba.
Contrató a un
limpiacristales manco que era un pan e invitó a su amigo, el pan digerido, pero
ese pan se había olvidado de que le habían comido… y su sabor… no tenía sabor.
El
limpiacristales llenó las ventanas de pan y los demás panes se pusieron a
cocinar y llenaron toda su casa de pan con pan, sobre todo hecho de pan con pan
con sabor a pan y el planeta se llenó de pan. Eso lo hicieron porque así se
supone que procreaban. Invadieron el mundo de los pescados. Los túneles de
pescado se pusieron tristes porque había más pan que peces y, además, esta saga
de historias se ha acabado porque aquí empieza la guerra: panes contra
pescados, pero como yo soy el escritor los voy a llamar “quespados”. Como he
dicho, la saga termina, pero empieza una nueva. Compañeros, en noviembre se
estrena la saga de “Panes y Pescados”.
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YA NO ME
FALTABA NADA
Martina
Hidalgo Pariente (2º G de ESO)
Era un día normal como otro. Estaba en mi casa durmiendo,
cuando sonó mi alarma; pensé qué día tan tristemente feliz. Mi abuelo había
muerto, pero yo no estaba triste. La gente me preguntaba: “¿Por qué no estás
triste?”. Yo no sabía qué decir; simplemente, no lo estaba. Cuando iba
volviendo a casa me encontré con un manco que limpiaba cristales. Tenía un paño
con limpiacristales en los pies e iba limpiando. Le pregunté: “¿Qué hora es?”. Él
me respondió: “No sé”, y se puso a hablarme de su vida. Después de aquella
conversación nos hicimos amigos y me acompañó a casa paseando.
Ya era tarde y
otra vez se nos había olvidado el reloj, así que le preguntamos a un señor muy
mayor: “¿Qué hora es?”. El señor respondió que no sabía, que había perdido la
noción del tiempo. Después, nos empezó a decir que prefería estar muerto,
porque la vida no tiene sentido. Le preguntamos su nombre y nos dijo: “Me llamo
Manuel Sánchez Gutiérrez”. Nació en 1843, así que tenía que ser súper mayor. Pasamos
por un cementerio y en una tumba ponía: “Manuel Sánchez Gutiérrez. 1843-1863”.
El manco y yo exclamamos: “¡Eres tú!”, y, de repente, el señor se acordó de que
había muerto y se asustó, pero después dijo: “Da igual”, y nos hicimos amigos.
Mientras llegábamos a nuestras casas, nos empezó a contar su historia. Después de
aquello, sentí que ya no me faltaba nada.
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SEGUIR
VIVO
Claudia Ruiz
Rodríguez (2º G de ESO)
Me desperté algo confundido. Estaba en una camilla de
hospital. Había un frío gélido que resultaba insoportable para mí. Busqué la
puerta de salida mientras me frotaba los brazos para intentar coger algo de
calor. Por fin encontré la puerta. Giré el pomo, salí y cerré la puerta con
cuidado. Me encontré con un enfermero; le pregunté que dónde me encontraba. Él miró
hacia atrás, puso una mueca que daba a entender que estaba nervioso o asustado…
Pasó de largo. No entendí por qué tuvo aquella reacción.
¿Estará sordo?
¿Me ignoró? No sabía cómo justificarlo.
Continué
caminando por el largo y estrecho pasillo. Había muchísimas puertas. Casi no
había separación entre ellas.
Me encontré con
mucha más gente que hizo lo mismo que el primer enfermero que vi. Encontré ropa
en una bolsa negra. Me la puse y salí de lo que era un tanatorio.
Llegué a mi casa,
llamé a mi hermana, ya que no estaba en casa. Cogió el teléfono y me preguntó
que quién era. Por más que le decía que era su hermano, se negaba a creerlo. Estaba
sollozando. Seguía sin entenderlo. Colgué el teléfono y fui a ponerme el
pijama. Me quité la camisa que encontré en el tanatorio y vi que mi pecho
estaba lleno de agujeros del tamaño de monedas. Estaba completamente lleno de
sangre. Fue ahí cuando entendí las reacciones de toda la gente con la que
contacté. Estaba muerto…
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MATEO Y
LAS ZAPATILLAS PEGAJOSAS
Rubén Martín
González (2º A de ESO)
Érase una vez un limpiacristales, pero no era uno normal, era
manco. Pero eso no le impedía hacer su trabajo.
Como solo podía
limpiar con una mano, una vez se le ocurrió una idea (por cierto, el
limpiacristales se llamaba Mateo).
La idea era, en
vez de utilizar las manos, utilizar los pies. Él, en su pequeña casa, creó unas
zapatillas pegajosas y que a la vez limpiaban.
Un día fue a
trabajar a un edificio lleno de cristales que tenía que limpiar. Pegó las
zapatillas en la pared y empezó a caminar verticalmente limpiando cristales.
El dueño del
edificio era un político millonario. Cuando salió a ver cómo estaban los
cristales, se impresionó de lo limpios que estaban, así que lo contrató de
limpiacristales. ¡Era el mejor invento de limpieza del mundo!
Después de tanto
trabajo limpiando cristales, el político le regaló a Mateo una casa llena de
cristales, y muy cara, para que ya no viviera en aquella pequeña casa, solo y
sin vecinos.
Donde estaba la
casa era un barrio de millonarios muy majos. Y como al político le sobraba el
dinero, también le regaló un Lamborghini para que fuera a trabajar rápido.
Al final, Mateo
se creó una empresa de zapatillas limpiadoras y se hizo millonario.
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El chip
Enrique
Marín Gómez (2º A de ESO)
Érase una vez un niño que perdió a su madre. Era de Cataluña.
Había nacido en Tokio y nunca había estado en Cataluña. Iba llorando por la
calle y le atracaron. Los atracadores le pegaron una paliza y murió desangrado.
Al cabo de unas horas lo encontró una chica que le insertó un chip, como si
fuese un USB. El niño resucitó como si hubiese sucedido un milagro. Pero hubo
un problema, y es que para insertarle el chip tuvo que quitarle una mano y se
le cerró la herida. Total, que solo se quedó manco. Siguió normal con su vida
cuidando a sus abuelos. Veían juntos el telediario todos los días y le gustaba
la política. Su sueño era ser político, y acabó de limpiacristales, pero era
muy difícil serlo siendo manco, hasta que decidió presentarse a las
candidaturas del año siguiente. Se creó varias cuentas para dar información
sobre él y todas esas cosas. Llegó el día de las elecciones. Se presentó muy
formal y dio un discurso bastante conmovedor. La gente se ablandó ante su
discurso. Un 70 % de personas lo votó y su sueño se hizo realidad.
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SIN
SENTIDO
Moisés
Dorado Ramírez (2º A de ESO)
Había una vez una mujer que iba a tener un hijo. La mujer era
china y el padre chino. Cuando la madre parió, salió un bebé oveja y luego
empezó a sonar una alarma. Era el despertador de Juan, que se tenía que ir a
las pruebas de fútbol. Todo era un sueño. Juan no tenía piernas y quería jugar
al fútbol. Cuando llegó al campo a hacer las pruebas no le dejaron. De repente,
sonó el claxon de un coche. Era un señor intentando despertar a Manolo. Manolo
era un limpiacristales de coches y se quedó dormido limpiando un coche. Manolo no
tenía manos, entonces limpiaba con los pies. El del coche era Eustaquio, que se
estaba comiendo un bocadillo por la nariz porque no tenía boca. Su primo, que
era mudo, le llamó al móvil y empezaron a hablar sobre el trabajo. Un chico que
era calvo se puso a peinarse enfrente del espejo. El calvo miró por la ventana
y se encontró con Manuela, que estaba poniendo la zancadilla a los trenes.
De repente,
Carlos se despertó porque su hermana le tiró un cubo de agua a la cara. Carlos había
tenido una pesadilla, todo lo que había pasado había sido un sueño.
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