IES SAPERE AUDE


jueves, 17 de octubre de 2019

Vivaracho mobiliario y demás insólitos seres y sucesos

Vivaracho mobiliario y demás insólitos seres y sucesos

Continúa nuestro literario y creativo periplo, esta vez con un  nuevo surtido de fascinadoras aventuras producto de la inagotable imaginación de nuestros alumnos.
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El router tartamudo
Marcos Capittini Rojo (3º C de ESO)

Antonio tiene novia, la Play 4. El problema es que casi no pueden estar juntos por una serie de razones: la primera es que el router es un canalla porque, al ser tartamudo, la señal de wifi va a trompicones; otra razón son sus padres, que solo le dejan estar con ella veinte horas de veinticuatro. Y la última razón es la electricidad, porque en su casa son pobres y de vez en cuando se la cortan. Por eso, sus padres prefieren usarla para el agua caliente de la ducha; no para que Antonio juegue con la Play.
         Para solucionar este problema, Antonio ha decidido vender dos amigos de la infancia: la PSP y la Nintendo. Con el dinero que ha sacado, ha decidido contratar un mejor servicio de electricidad, para que el wifi deje de tartamudear. Y que sus padres sean pobres ya no será un problema, pues él mismo pagará el recibo de la luz, gracias a la venta de sus viejos amigos.
         También ha convencido a sus padres para que dejen a su novia, la Play 4, dormir con él y así puedan estar juntos veinticuatro horas de veinticuatro.

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LA SILLA
Sofía Cotillas Herranz (3ºA de ESO)

Eran las tres de la tarde, yo acababa de llegar del instituto y me fui a comer, más tarde como de costumbre me fui a mi cuarto a hacer los deberes. Cuando llegué, vi que mi madre me había comprado una silla para el escritorio, por fin tenía una silla donde poder sentarme a hacer los deberes. Así que eso hice, me senté a hacer los deberes y no pasaron ni diez minutos cuando de repente me caí al suelo, inesperadamente, como por arte de magia me encontraba en el suelo. No le di importancia y me volví a sentar, esta vez no llegaron a diez minutos y estaba de nuevo en el suelo, acto seguido una voz proveniente de la silla me decía “Deja de sentarte en mí, no me dejas dormir”. Ahí me asuste tanto que bajé corriendo las escaleras en busca de mi madre, pero recordé que estaba trabajando así que me calmé y subí a mi habitación de nuevo, pensando que me lo había imaginado pero de repente:
—Perdón por mis modales, no me presenté. Me llamo Silla —dijo la silla
—Eh, hola Silla… —dije titubeante.
—No hemos empezado con buen pie y me gustaría llevarnos bien ya que eres mi nueva dueña —dijo Silla.
—Claro, pero… ¿Cómo es que puedes hablar? —pregunté.
—Bueno, no lo sé la verdad. Pero el caso es que puedo y siempre me devuelven por ello dijo Silla un tanto triste.
—A mí no me importa que hables, y yo te guardaré el secreto —dije yo.
         Y así, querida hija mía, es como llego Silla a casa. Ahora que sabes el secreto debes guardarlo hasta que tus futuros hijos lo descubran.

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MI FUFI
Cristina Muriel Cacigal (3º A de ESO)

¡Pum! Ya me volví a caer. Igual que ayer, y que el día anterior... y la semana pasada...
         Soy Emma, tengo cinco años y tengo la mala costumbre de caerme de la cama por las noches. ¿Por qué? Ni idea, pero me está costando unos cuantos moratones.
         Lo raro, o más bien, lo más raro es que eso de caerme de la cama solo pasa cuando duermo sin Fufi.
         Y os preguntareis, ¿quién narices des Fufi? Pues bien Fufi es… Un amigo. Fufi es la mantita que me regalaron de bebé. Es preciosa y sobre la azul y suave tela, hay un pequeño hipo bordado en la esquinita derecha.
         El caso es que estos días mami decidió guardar a Fufi en el armario y por la noche noto que me falta Fufi. Siento que me falta la magia en cómo me envolvía al dormir y cómo evitaba que me cayese.
         En la actualidad, una ya adulta Emma sonríe al leer las páginas de su antiguo diario y, mirando a Fufi tiernamente, dice “Aún hoy me pasa, pero cuando me arropas, Fufi, puedo sentir como, en tu pequeña esquina, al lado de mi pie, tu pequeño hipo sonríe dulcemente”.

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Un buen diario no cuenta sus secretos
Claudia Pérez Pérez (4º F de ESO)

Era un día normal como cualquier otro, yo volvía a mi casa del instituto. Acababa de bajarme del bus y me dirigía a mi urbanización cuando, de pronto, mi atención se volcó en un objeto inusual en la acera. Me agaché para ver de qué se trataba y me encontré con un viejo diario, algo sucio y cerrado por un candado oxidado. Inmediatamente sentí una enorme curiosidad, y decidí llevarlo conmigo para investigarlo.
Al llegar a mi casa intenté abrirlo, parecía imposible pero después de media hora conseguí forzar la cerradura del candado. Me dispuse a abrirlo cuando de pronto el diario saltó de mis manos y aterrizó sobre mi mesa. Pero lo que sucedió después fue aun más sorprendente. Vi cómo sobre la desgastada tapa negra empezaba a distinguirse algo parecido a unos ojos y una boca. Me quedé paralizada durante unos segundos, hasta que las palabras del diario me hicieron volver a la realidad.
—Necesito tu ayuda —pronunció.
         No entendía nada, y el diario pareció darse cuenta porque procedió a explicarse:
—Verás, soy posesión de un viejo marinero. En mí ha escrito desde sus experiencias en alta mar hasta sus mayores secretos, por lo que no puedo dejar que leas mi interior.
         Me costó un momento reaccionar:
—Vale, ¿Pero para qué necesitas mi ayuda?
—Eso es lo que te iba a contar; no sé muy bien cómo, pero lo último que recuerdo es estar en la cubierta del barco de mi amo, y en una tormenta al parecer caí al agua.
—Espera ¿Cómo es posible que después de caer al agua terminaras en un lugar como Madrid? que no tiene mucha costa que digamos… —le corté.
—Déjame terminar de una vez —dijo, algo malhumorado—. El caso es que de alguna manera un turista me encontró en la costa, al regresar a Madrid intentó abrirme, y al no conseguirlo me dejó tirado en la acera como al envoltorio de un chicle —terminó de decir.
         Ahora parecía triste, incluso llegué a sentir pena por él.
—Adonde quiero ir a parar es que necesito que me ayudes a regresar con mi dueño lo antes posible. Como ya te he dicho, sus mayores secretos los albergo yo. No deben caer en manos equivocadas —prosiguió.
—¿Y cómo pretendes que encuentre a ese marinero? —pregunté algo confusa.
—Muy fácil. Te daré la dirección y me mandarás por correo. Por favor, necesito tu ayuda —dijo el diario.
Y así lo hice. No me podía creer lo que había sucedido, aunque era consciente de que todo había sido real. Solo me pregunto: “¿Qué importantes secretos contenía ese diario parlante?”. Supongo que nunca lo sabremos.

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DESCANSAR EN PAZ
Alba Germán González (4º F de ESO)

¡Harto, harto estoy…! ¿Cuándo aprenderán a sentarse en condiciones? Todas las noches a la misma hora se reúnen en el único sofá de la casa, es decir, yo. ¿Acaso no se dan cuenta de las muchas horas que se pasan sentados sobre mí?
Después de tanto trasero, se me aplasta la cara y no sabéis lo que me cuesta volver a mí forma inicial, y si por lo menos fuera de viscoelástica, todo sería más fácil. ¡Pero es que soy de goma-espuma!
Después de muchos años de sufrimiento, aquel 10 de octubre decidí rebelarme. A partir de ese día, les hice ver a los humanos que un sofá no es sólo un objeto. Cada día hacía alguna trastada para que aborrecieran estar sentados en mí. Probé con mil trastadas: les chupaba las monedas de los bolsillos, escondía los mandos de la tele por todo mi cuerpo, pero tristemente siempre los acababan encontrando, estornudaba intentado derramar los líquidos de los vasos que sujetaban… ¡Pero nada!, seguían dándome el mismo uso. No parecían darse cuenta de mis esfuerzos por ser libre.
Hasta que una noche, a eso de las doce cuando todo estaba oscuro, escuché unos pasos aproximándose hacia mí; y, de repente… me dieron un fuerte golpe en una de mis patas y al instante está se me rompió en tres partes. Pensé… ¡Por fin!, adiós a Juan y a sus pesados ronquidos que no me dejaban dormir, adiós a las manos sucias de Miguelito, adiós a las interminables telenovelas de la abuela Carmen y adiós a las visitas pesadas que por más que las invitaras a marcharse, nunca se iban.
          ¡Por fin voy a poder descansar en paz!

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La caja de los recuerdos
Lucía Condado de Andrés (4º F de ESO)

Cuando era pequeña, mi abuela me contaba siempre historias de cuando era joven. Una de ellas era que cuando tenía diez años, estaba con su hermano y sus padres y por un fallo eléctrico, se quemó parte de la casa, aunque consiguieron restaurarla. En el incendio, mi abuela me contó que se le quemó una cajita donde guardaba sus posesiones más preciadas y su intención era guardar más recuerdos a lo largo del tiempo, como una foto de su boda. Pero se quemó, así que no pudo cumplirlo.
Todos los veranos, voy unas semanas a esa casa, que a simple vista es imposible pensar que sufrió un incendio. Yo tendría ocho años cuando me contó esa historia. Un día, ese mismo verano y en esa casa, mientras mi abuela me preparaba la comida, decidí subir al “sobrao” (que es como se llama desván en Salamanca). Abrí la puerta y me puse a observar aquella sala; estaba llena de cosas, desde objetos de mi madre hasta cosas mías de bebé. Rebusqué para ver si encontraba algo que me llamara la atención. De repente se cerró la puerta de golpe por una ráfaga de aire. No le di importancia hasta que a los pocos minutos vi una caja con aspecto algo chamuscado. Asocié aquella caja a la de mi abuela, así que, sorprendida y extrañada, fui a abrirla, pero la caja se abrió sola y empezó a sacar todo lo que tenía: una medalla, un dibujo que pintó, una foto familiar y una muñeca. Pero lo sorprendente es que había más objetos, pero no correspondían a antes del incendio ya que había una foto de su boda, una foto de mi abuelo en la boda de mi madre, un sonajero mío, una carta de mi tío cuando era pequeño, etc. Estaba alucinando, no me lo acababa de creer. De repente, la caja soltó una frase antes de que la pudiera tocar: “Siempre he seguido y seguiré guardando las posesiones más nostálgicas de tu abuela, pero nadie más lo sabrá”.
Antes de que pudiera contestar o hacer nada, la caja se esfumó, dejando cenizas.

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Butaneros, cíclopes, sirenas, cortadores de jamón y demás estrambótica fauna
Hugo Villares Martínez (3º F de ESO)

—Hoy, el primer lunes de abril de 2022, estamos en el ambulatorio de Villanueva del Pardillo, donde todos los seres extraños quedaron encerrados hace más de 20 millones de años. Hoy hemos hecho una terapia para todos estos monstruos. Esta terapia la hacemos cada millón de años.
         La terapia de hoy va a ser con monstruos que ya se cansaron de su profesión y, poco a poco, los intentaré reinsertar.

         Al principio no veía a nadie, pero se dio cuenta de que había una persona muerta y un señor con una bombona y le dijo que si era para la terapia; él le dijo:

—Yo sí quiero reinsertarme, porque esto ya cansa… ir por la calle dando bombonazos a diestro y siniestro…

         Después empezaron a llegar más personas; me di cuenta de que me habían robado ¡hasta los calzoncillos!
         Yo seguía con mi protocolo, pero no podía dejar de fijarme en los cortes tan asombrosos que producían aquellos músculos de aquella señorita de peculiar aspecto.
         Avanzamos mucho aunque no se dieron cuenta porque yo me percaté de lo que le pasaba a cada persona.
         Empecé a jugar con sus mentes de una manera muy especial; lo que hacía era que les fuera imposible hacer lo que se les pasaba por la mente dictando yo, por ellos, cada una de sus acciones.
         Al acabar la consulta el butanero ya no iba con sangre por encima ni con su uniforme habitual; ahora llevaba un traje muy elegante y estaba reluciente, y caminaba rápido.
         El cíclope había encogido y me pregunté por qué. Eché un vistazo a la sala y vi que estaba mucho más decorada, con cosas que nunca había podido ver.
         La señorita con aspecto extraño había perdido toda la masa muscular y su cuerpo se relajó en cuanto salió por la puerta. Me despedí y les dije:

—Espero no teneros que ver aquí dentro de un millón de años.

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Butaneros, cíclopes, sirenas, cortadores de jamón y demás estrambótica fauna
Nacho García Parras (3º F de ESO)

Hoy es lunes 17 de abril de 2022, me dirijo al ambulatorio. Me duele un poco la cabeza, parecen migrañas.
         De camino, ya casi llegando al ambulatorio, un hombre extraño me golpeó corriendo; parecía asustado y llevaba unas prisas de muerte. Detrás, una señora iba gritando: “¡Al ladrón, al ladrón!”.
         Intenté pensar en otras cosas, pero otra vez algo me distrajo: sentía una presencia detrás de mí muy abrumadora, como si me persiguiera un oso.
         Me di la vuelta y me encontré con una mujer con una cola por piernas levantando dos pesas de 10 kilos al canto de “uno… dos”. Me paré y dejé que me adelantase (de nuevo). Llegué a pensar que estaba delirando por las migrañas.
         Ya dentro del ambulatorio (por fin) me encontré con el mejor de mis amigos, el silencio, acompañado de la tranquilidad.
         Cuando me senté, a mi lado estaban los dos individuos de antes hablando con otra pareja; según lo que escuché uno era cortador de jamón en un hotel y otro un butanero. Sin más distracciones me llamaron y entré a la consulta; el médico me dijo que era solo un constipado (afortunadamente). Mientras que me despedía del médico sonó un estruendo. Cuando salí de la consulta me encontré todo destrozado, solo quedaba aquel hombre, el cortador de jamón, gritando: “¡Por qué el mundo está en un universo!... ¿Somos nosotros el universo?”. Sin pensarlo dos veces, exclamé: “¡Silencio, por favor. Va a ser verdad eso de que las nuevas generaciones no conocen el respeto!”.
         Me volví a mi casa y me eché una siesta y me desperté ya sin dolor de cabeza.

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Butaneros, cíclopes, sirenas, cortadores de jamón y demás estrambótica fauna
Lucía Jiménez Sánchez (3º F de ESO)

Tenía un TOC (Transtorno Obsesivo Compulsivo); contaba todo lo que veía: todos los coches voladores de color cian, verde, amarillo… las escaleras para llegar a la sala del ambulatorio…
         Llegué el 13 de abril de este año, 2022. La secretaria me dio un número: “Sala 28”. Entré sola sin ser acompañada por nadie. Fui la primera en llegar a aquel lugar. Pasaron cinco minutos, 37 segundos, 24 milésimas de la llegada de África de una sirena con un problema: obsesión física por tener mucha musculatura. Tenía unos brazos demasiado hinchados y marcados. A los 2 minutos 00 segundos 18 milésimas, entró una especie de titán con un pasamontañas negro de lana. A la vez entró un asesino en serie tratado. Decía que era butanero atractivo.
         Estuvimos esperando toda la tarde al doctor Merlín. No apareció. Fuimos sobreviviendo con nuestros trastornos intentando no desarrollarlos. Saqué mis cacahuetes mientras la sirena bebía un vaso de agua. En un momento dado, me atraganté sin poder pasar el cacahuete para delante o para atrás. Me socorrieron.
         El cíclope no me robó el bolso, la sirena se comió mis cacahuetes con mucho nerviosismo y el butanero me salvó la vida. Todos salieron beneficiados menos yo. Tardaron 13 segundos en auxiliarme. Mi nombre es Marco Merlín Sánchez.

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Butaneros, cíclopes, sirenas, cortadores de jamón y demás estrambótica fauna
Lucía Anós de Toca (3º F de ESO)

Érase una vez un cortador de jamón, pero no uno cualquiera. Su nombre era Gilario y era esotérico. Digamos que esta fue la causa de su despido. Comenzó a pensar qué pasaría si intentaba cortar a una persona como cortaba su pata de jamón. No pudo aguantar más la tentación y la primera clienta que tuvo aquella mañana del lunes 15 de abril de 2022 tuvo que sufrir las consecuencias de la extravagante mente de Gilario.
         Así fue como acabó en un centro médico aquella mañana. Cuando por fin los llamaron notaron algo distinto en el médico que los atendía. Estaba un poco nervioso e intranquilo. Le contaron lo ocurrido y el médico le indicó a la mujer que se pusiera de pie. Entonces, rápidamente, cogió a la mujer en brazos y se fue con ella corriendo. Gilario se había quedado boquiabierto. No podía creer lo que acababa de divisar. Cuando el médico cogió a la mujer en brazos se convirtió instantáneamente en algo parecido a un gigante, pero con un solo ojo. Cuando, por fin, Gilario logró reaccionar, decidió ir en busca de la mujer. Salió de la sala y, en la puerta, alguien lo esperaba. Apuntó a Gilario con la pistola; él reaccionó rápido y sacó su cuchillo jamonero de repuesto de la chaqueta; el hombre se asustó y bajó el arma. Gilario, que tenía prisa, le dijo a aquel hombre: “No te mataré, pero, a cambio, me ayudarás a buscar a alguien”. Este aceptó sin problemas. Se llamaba Sancho y era un simple butanero hasta hacía tres días. Alguien le había ofrecido mucho dinero por matar a Gilario y él había aceptado.
         Emprendieron su camino en busca de la mujer; lo hicieron siguiendo las huellas que el cíclope había dejado en el camino de tierra a la salida del médico. Después de andar varias horas, por fin divisaron algo: era espléndido; probablemente, lo más alucinante que habían visto nunca. Se trataba de un palacio de cristal brillante, con torreones altísimos y grandes ventanales. Se dirigieron al puente por el que se cruzaba el gran foso que rodeaba el palacio. Pero este estaba protegido por una rejilla de acero fortificada. De repente, una sirena emergió del agua del foso. Gilario y Sancho no cabían en su asombro. La sirena les preguntó que a qué iban allí y, estos, le respondieron que iban en busca de una mujer que había sido raptada por un gran cíclope.
         La sirena les confesó que, efectivamente, se encontraban en el interior del palacio y que deberían entrar allí lo más rápido posible si querían encontrarla viva. Sancho y Gilario le explicaron a la sirena que la verja estaba cerrada y que no podrían cruzar el puente. La sirena, sin pensarlo dos veces, salió del agua y, de un golpe, tiró la verja abajo. Y resulta que la sirena había sufrido vigorexia años atrás y ahora se encontraba en plena forma. Sancho y Gilario le agradecieron a esta su  ayuda y se dirigieron al interior del palacio. Allí se encontraron al gigante con la mujer y a un hombre que parecía ser su jefe. Sancho, al ver a aquel hombre, lo reconoció en seguida: era él quien le había ordenado matar a Gilario. Entonces fue cuando se dio cuenta de que todo había sido una trampa para traer a Gilario a aquel lugar. El hombre, sin decir ni una palabra apuntó a Gilario con su pistola, pero antes de que le diera tiempo a apretar el gatillo, la sirena se le abalanzó y le arrebató el arma y le disparó. Todos se quedaron en shock y, finalmente, el gigante soltó a la mujer y salió corriendo de aquel palacio hacia el bosque. La sirena abrió la puerta de la mazmorra del palacio y miles de cíclopes más salieron corriendo hacia el bosque. Parecía que llevaran años sin ver la luz del sol. La sirena les explicó a Sancho y Gilario que aquel hombre era un vampiro que, como no podía salir del palacio de día, se dedicaba a enviar a millones de cíclopes cleptómanos a la ciudad a capturar a sus víctimas para, así, alimentarse. Los dos hombres se despidieron de la sirena, que se dirigió de vuelta al foso, y ellos regresaron al pueblo. No contaron a nadie lo ocurrido y prometieron mantenerlo como un secreto que compartirían el resto de sus vidas.



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GOTAS DE POESÍA CON LA LLUVIA COMO MOTIVO
Karina Galeano Agudelo y Karol Andrea Cabrales Villota (2º de ESO-PMAR)

Como llovía, el payaso se escondía/ porque sabía que su maquillaje no duraría.
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Su temor y su tristeza poco a poco derrotaba/ la gota de felicidad que en ella se encontraba.
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Como llovía, la tristeza inundaba los corazones de las personas,/ desvaneciéndose el sentimiento del amor/ y todo se tornaba de un color gris.
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Como llovía, el temor de la felicidad/ se notaba mucho más,/ al saber que la tristeza llegaba a gobernar.
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No lo intentes/ tu dolor no se puede ocultar.
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Qué cosa me da saber/ que tus besos no regresarán.
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Como llovía, se despertó el sentimiento de la amargura/ todo sabía a limón/ y sin un grano de azúcar en el corazón.
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Como llovía, la batalla volvía una vez más,/ siempre que caía una gota,/ era un soldado intentando luchar.
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El temor era como sus rizos/ cada vez me enredaban y me ataban/ cuando en sus besos me hallaba.
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Si solo una corona te pones,/ no dejas que te valgan las demás.
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El engaño de tus besos/ me enreda cada vez más.
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Ella era fría como el hielo/ y, a pesar de eso,/ él se enamoró/ porque recordaba que el hielo/ cuanto más frío, más quema.
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Él se fue y aun así ella siguió brillando.
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Lo arriesgamos todo por nada.
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No sabía que sus dulces palabras venían ya vencidas.
*
Le prometió mil cosas sabiendo que solo eran posibles tres/ y ella, cegada por su amor,/ le creyó mil más.
*
Sus miradas y las mías se confunden en el camino.

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