Vivaracho
mobiliario y demás insólitos seres y sucesos
Continúa nuestro literario y
creativo periplo, esta vez con un nuevo
surtido de fascinadoras aventuras producto de la inagotable imaginación de
nuestros alumnos.
***
El router tartamudo
Marcos
Capittini Rojo (3º C de ESO)
Antonio tiene novia, la Play 4. El
problema es que casi no pueden estar juntos por una serie de razones: la
primera es que el router es un canalla porque, al ser tartamudo, la
señal de wifi va a trompicones; otra razón son sus padres, que solo le
dejan estar con ella veinte horas de veinticuatro. Y la última razón es la
electricidad, porque en su casa son pobres y de vez en cuando se la cortan. Por
eso, sus padres prefieren usarla para el agua caliente de la ducha; no para que
Antonio juegue con la Play.
Para
solucionar este problema, Antonio ha decidido vender dos amigos de la infancia:
la PSP y la Nintendo. Con el dinero que ha sacado, ha decidido contratar un
mejor servicio de electricidad, para que el wifi deje de tartamudear. Y
que sus padres sean pobres ya no será un problema, pues él mismo pagará el
recibo de la luz, gracias a la venta de sus viejos amigos.
También
ha convencido a sus padres para que dejen a su novia, la Play 4, dormir con él
y así puedan estar juntos veinticuatro horas de veinticuatro.
**********
Sofía Cotillas
Herranz (3ºA de ESO)
Eran las tres de la tarde, yo acababa
de llegar del instituto y me fui a comer, más tarde como de costumbre me fui a
mi cuarto a hacer los deberes. Cuando llegué, vi que mi madre me había comprado
una silla para el escritorio, por fin tenía una silla donde poder sentarme a
hacer los deberes. Así que eso hice, me senté a hacer los deberes y no pasaron
ni diez minutos cuando de repente me caí al suelo, inesperadamente, como por
arte de magia me encontraba en el suelo. No le di importancia y me volví a
sentar, esta vez no llegaron a diez minutos y estaba de nuevo en el suelo, acto
seguido una voz proveniente de la silla me decía “Deja de sentarte en mí, no me
dejas dormir”. Ahí me asuste tanto que bajé corriendo las escaleras en busca de
mi madre, pero recordé que estaba trabajando así que me calmé y subí a mi
habitación de nuevo, pensando que me lo había imaginado pero de repente:
—Perdón por mis modales, no me
presenté. Me llamo Silla —dijo la silla
—Eh, hola Silla… —dije titubeante.
—No hemos empezado con buen pie y me
gustaría llevarnos bien ya que eres mi nueva dueña —dijo Silla.
—Claro, pero… ¿Cómo es que puedes
hablar? —pregunté.
—Bueno, no lo sé la verdad. Pero el
caso es que puedo y siempre me devuelven por ello —dijo Silla un tanto triste.
—A mí no me importa que hables, y yo
te guardaré el secreto —dije yo.
Y
así, querida hija mía, es como llego Silla a casa. Ahora que sabes el secreto
debes guardarlo hasta que tus futuros hijos lo descubran.
**********
MI FUFI
Cristina Muriel Cacigal (3º A de ESO)
¡Pum! Ya me volví a caer. Igual que
ayer, y que el día anterior... y la semana pasada...
Soy
Emma, tengo cinco años y tengo la mala costumbre de caerme de la cama por las
noches. ¿Por qué? Ni idea, pero me está costando unos cuantos moratones.
Lo
raro, o más bien, lo más raro es que eso de caerme de la cama solo pasa cuando
duermo sin Fufi.
Y
os preguntareis, ¿quién narices des Fufi? Pues bien Fufi es… Un amigo. Fufi es
la mantita que me regalaron de bebé. Es preciosa y sobre la azul y suave tela,
hay un pequeño hipo bordado en la esquinita derecha.
El
caso es que estos días mami decidió guardar a Fufi en el armario y por la noche
noto que me falta Fufi. Siento que me falta la magia en cómo me envolvía al
dormir y cómo evitaba que me cayese.
En
la actualidad, una ya adulta Emma sonríe al leer las páginas de su antiguo
diario y, mirando a Fufi tiernamente, dice “Aún hoy me pasa, pero cuando me
arropas, Fufi, puedo sentir como, en tu pequeña esquina, al lado de mi pie, tu
pequeño hipo sonríe dulcemente”.
**********
Un buen
diario no cuenta sus secretos
Claudia Pérez Pérez (4º F de ESO)
Era un día normal como cualquier
otro, yo volvía a mi casa del instituto. Acababa de bajarme del bus y me
dirigía a mi urbanización cuando, de pronto, mi atención se volcó en un objeto
inusual en la acera. Me agaché para ver de qué se trataba y me encontré con un
viejo diario, algo sucio y cerrado por un candado oxidado. Inmediatamente sentí
una enorme curiosidad, y decidí llevarlo conmigo para investigarlo.
Al llegar a mi casa
intenté abrirlo, parecía imposible pero después de media hora conseguí forzar
la cerradura del candado. Me dispuse a abrirlo cuando de pronto el diario saltó
de mis manos y aterrizó sobre mi mesa. Pero lo que sucedió después fue aun más
sorprendente. Vi cómo sobre la desgastada tapa negra empezaba a distinguirse
algo parecido a unos ojos y una boca. Me quedé paralizada durante unos
segundos, hasta que las palabras del diario me hicieron volver a la realidad.
—Necesito tu ayuda —pronunció.
No
entendía nada, y el diario pareció darse cuenta porque procedió a explicarse:
—Verás, soy posesión de un viejo
marinero. En mí ha escrito desde sus experiencias en alta mar hasta sus mayores
secretos, por lo que no puedo dejar que leas mi interior.
Me
costó un momento reaccionar:
—Vale, ¿Pero para qué necesitas mi
ayuda?
—Eso es lo que te iba a contar; no sé
muy bien cómo, pero lo último que recuerdo es estar en la cubierta del barco de
mi amo, y en una tormenta al parecer caí al agua.
—Espera ¿Cómo es posible que después
de caer al agua terminaras en un lugar como Madrid? que no tiene mucha costa
que digamos… —le corté.
—Déjame terminar de una vez —dijo,
algo malhumorado—. El caso es que de alguna manera un turista me encontró en la
costa, al regresar a Madrid intentó abrirme, y al no conseguirlo me dejó tirado
en la acera como al envoltorio de un chicle —terminó de decir.
Ahora
parecía triste, incluso llegué a sentir pena por él.
—Adonde quiero ir a parar es que
necesito que me ayudes a regresar con mi dueño lo antes posible. Como ya te he
dicho, sus mayores secretos los albergo yo. No deben caer en manos equivocadas
—prosiguió.
—¿Y cómo pretendes que encuentre a
ese marinero? —pregunté algo confusa.
—Muy fácil. Te daré la dirección y me
mandarás por correo. Por favor, necesito tu ayuda —dijo el diario.
Y así lo hice. No me
podía creer lo que había sucedido, aunque era consciente de que todo había sido
real. Solo me pregunto: “¿Qué importantes secretos contenía ese diario
parlante?”. Supongo que nunca lo sabremos.
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DESCANSAR
EN PAZ
Alba Germán González
(4º F de ESO)
¡Harto, harto estoy…! ¿Cuándo
aprenderán a sentarse en condiciones? Todas las noches a la misma hora se
reúnen en el único sofá de la casa, es decir, yo. ¿Acaso no se dan cuenta de
las muchas horas que se pasan sentados sobre mí?
Después de tanto
trasero, se me aplasta la cara y no sabéis lo que me cuesta volver a mí forma
inicial, y si por lo menos fuera de viscoelástica, todo sería más fácil. ¡Pero
es que soy de goma-espuma!
Después de muchos
años de sufrimiento, aquel 10 de octubre decidí rebelarme. A partir de ese día,
les hice ver a los humanos que un sofá no es sólo un objeto. Cada día hacía
alguna trastada para que aborrecieran estar sentados en mí. Probé con mil
trastadas: les chupaba las monedas de los bolsillos, escondía los mandos de la
tele por todo mi cuerpo, pero tristemente siempre los acababan encontrando,
estornudaba intentado derramar los líquidos de los vasos que sujetaban… ¡Pero
nada!, seguían dándome el mismo uso. No parecían darse cuenta de mis esfuerzos
por ser libre.
Hasta que una noche,
a eso de las doce cuando todo estaba oscuro, escuché unos pasos aproximándose
hacia mí; y, de repente… me dieron un fuerte golpe en una de mis patas y al
instante está se me rompió en tres partes. Pensé… ¡Por fin!, adiós a Juan y a
sus pesados ronquidos que no me dejaban dormir, adiós a las manos sucias de
Miguelito, adiós a las interminables telenovelas de la abuela Carmen y adiós a
las visitas pesadas que por más que las invitaras a marcharse, nunca se iban.
¡Por fin voy a poder descansar en
paz!
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La caja
de los recuerdos
Lucía Condado de Andrés (4º F de ESO)
Cuando era pequeña, mi abuela me
contaba siempre historias de cuando era joven. Una
de ellas era que cuando tenía diez años, estaba con su hermano y sus padres y
por un fallo eléctrico, se quemó parte de la casa, aunque consiguieron
restaurarla. En el incendio, mi abuela me contó que se le quemó una cajita
donde guardaba sus posesiones más preciadas y su intención era guardar más
recuerdos a lo largo del tiempo, como una foto de su boda. Pero se quemó, así
que no pudo cumplirlo.
Todos los veranos,
voy unas semanas a esa casa, que a simple vista es imposible pensar que sufrió
un incendio. Yo tendría ocho años cuando me contó esa historia. Un día, ese
mismo verano y en esa casa, mientras mi abuela me preparaba la comida, decidí
subir al “sobrao” (que es como se llama desván en Salamanca). Abrí la puerta y
me puse a observar aquella sala; estaba llena de cosas, desde objetos de mi
madre hasta cosas mías de bebé. Rebusqué para ver si encontraba algo que me
llamara la atención. De repente se cerró la puerta de golpe por una ráfaga de
aire. No le di importancia hasta que a los pocos minutos vi una caja con
aspecto algo chamuscado. Asocié aquella caja a la de mi abuela, así que, sorprendida
y extrañada, fui a abrirla, pero la caja se abrió sola y empezó a sacar todo lo
que tenía: una medalla, un dibujo que pintó, una foto familiar y una muñeca.
Pero lo sorprendente es que había más objetos, pero no correspondían a antes
del incendio ya que había una foto de su boda, una foto de mi abuelo en la boda
de mi madre, un sonajero mío, una carta de mi tío cuando era pequeño, etc.
Estaba alucinando, no me lo acababa de creer. De repente, la caja soltó una
frase antes de que la pudiera tocar: “Siempre he seguido y seguiré guardando
las posesiones más nostálgicas de tu abuela, pero nadie más lo sabrá”.
Antes de que pudiera
contestar o hacer nada, la caja se esfumó, dejando cenizas.
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Butaneros, cíclopes, sirenas, cortadores de jamón y demás estrambótica
fauna
Hugo Villares Martínez (3º F de ESO)
—Hoy, el primer lunes de abril de
2022, estamos en el ambulatorio de Villanueva del Pardillo, donde todos los
seres extraños quedaron encerrados hace más de 20 millones de años. Hoy hemos
hecho una terapia para todos estos monstruos. Esta terapia la hacemos cada
millón de años.
La
terapia de hoy va a ser con monstruos que ya se cansaron de su profesión y,
poco a poco, los intentaré reinsertar.
Al
principio no veía a nadie, pero se dio cuenta de que había una persona muerta y
un señor con una bombona y le dijo que si era para la terapia; él le dijo:
—Yo sí quiero reinsertarme, porque
esto ya cansa… ir por la calle dando bombonazos a diestro y siniestro…
Después
empezaron a llegar más personas; me di cuenta de que me habían robado ¡hasta
los calzoncillos!
Yo
seguía con mi protocolo, pero no podía dejar de fijarme en los cortes tan asombrosos
que producían aquellos músculos de aquella señorita de peculiar aspecto.
Avanzamos
mucho aunque no se dieron cuenta porque yo me percaté de lo que le pasaba a
cada persona.
Empecé
a jugar con sus mentes de una manera muy especial; lo que hacía era que les
fuera imposible hacer lo que se les pasaba por la mente dictando yo, por ellos,
cada una de sus acciones.
Al
acabar la consulta el butanero ya no iba con sangre por encima ni con su
uniforme habitual; ahora llevaba un traje muy elegante y estaba reluciente,
y caminaba rápido.
El
cíclope había encogido y me pregunté por qué. Eché un vistazo a la sala y vi
que estaba mucho más decorada, con cosas que nunca había podido ver.
La
señorita con aspecto extraño había perdido toda la masa muscular y su cuerpo se
relajó en cuanto salió por la puerta. Me despedí y les dije:
—Espero no teneros que ver aquí
dentro de un millón de años.
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Butaneros, cíclopes, sirenas, cortadores de jamón y demás estrambótica
fauna
Nacho García Parras (3º F de ESO)
Hoy
es lunes 17 de abril de 2022, me dirijo al ambulatorio. Me duele un poco la
cabeza, parecen migrañas.
De camino, ya casi llegando al
ambulatorio, un hombre extraño me golpeó corriendo; parecía asustado y llevaba
unas prisas de muerte. Detrás, una señora iba gritando: “¡Al ladrón, al
ladrón!”.
Intenté pensar en otras cosas, pero
otra vez algo me distrajo: sentía una presencia detrás de mí muy abrumadora,
como si me persiguiera un oso.
Me di la vuelta y me encontré con una
mujer con una cola por piernas levantando dos pesas de 10 kilos al canto de
“uno… dos”. Me paré y dejé que me adelantase (de nuevo). Llegué a pensar que
estaba delirando por las migrañas.
Ya dentro del ambulatorio (por fin) me
encontré con el mejor de mis amigos, el silencio, acompañado de la
tranquilidad.
Cuando
me senté, a mi lado estaban los dos individuos de antes hablando con otra
pareja; según lo que escuché uno era cortador de jamón en un hotel y otro un
butanero. Sin más distracciones me llamaron y entré a la consulta; el médico me
dijo que era solo un constipado (afortunadamente). Mientras que me despedía del
médico sonó un estruendo. Cuando salí de la consulta me encontré todo
destrozado, solo quedaba aquel hombre, el cortador de jamón, gritando: “¡Por
qué el mundo está en un universo!... ¿Somos nosotros el universo?”. Sin
pensarlo dos veces, exclamé: “¡Silencio, por favor. Va a ser verdad eso de que
las nuevas generaciones no conocen el respeto!”.
Me
volví a mi casa y me eché una siesta y me desperté ya sin dolor de cabeza.
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Butaneros, cíclopes, sirenas, cortadores de jamón y demás estrambótica
fauna
Lucía Jiménez Sánchez (3º F de ESO)
Tenía un TOC (Transtorno Obsesivo Compulsivo);
contaba todo lo que veía: todos los coches voladores de color cian, verde,
amarillo… las escaleras para llegar a la sala del ambulatorio…
Llegué
el 13 de abril de este año, 2022. La secretaria me dio un número: “Sala 28”.
Entré sola sin ser acompañada por nadie. Fui la primera en llegar a aquel
lugar. Pasaron cinco minutos, 37 segundos, 24 milésimas de la llegada de África
de una sirena con un problema: obsesión física por tener mucha musculatura.
Tenía unos brazos demasiado hinchados y marcados. A los 2 minutos 00 segundos
18 milésimas, entró una especie de titán con un pasamontañas negro de lana. A
la vez entró un asesino en serie tratado. Decía que era butanero atractivo.
Estuvimos
esperando toda la tarde al doctor Merlín. No apareció. Fuimos sobreviviendo con
nuestros trastornos intentando no desarrollarlos. Saqué mis cacahuetes mientras
la sirena bebía un vaso de agua. En un momento dado, me atraganté sin poder
pasar el cacahuete para delante o para atrás. Me socorrieron.
El
cíclope no me robó el bolso, la sirena se comió mis cacahuetes con mucho
nerviosismo y el butanero me salvó la vida. Todos salieron beneficiados menos
yo. Tardaron 13 segundos en auxiliarme. Mi nombre es Marco Merlín Sánchez.
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Butaneros, cíclopes, sirenas, cortadores de jamón y demás estrambótica
fauna
Lucía Anós de Toca (3º F de ESO)
Érase una vez un cortador de jamón,
pero no uno cualquiera. Su nombre era Gilario y era esotérico. Digamos que esta
fue la causa de su despido. Comenzó a pensar qué pasaría si intentaba cortar a
una persona como cortaba su pata de jamón. No pudo aguantar más la tentación y
la primera clienta que tuvo aquella mañana del lunes 15 de abril de 2022 tuvo
que sufrir las consecuencias de la extravagante mente de Gilario.
Así
fue como acabó en un centro médico aquella mañana. Cuando por fin los llamaron
notaron algo distinto en el médico que los atendía. Estaba un poco nervioso e
intranquilo. Le contaron lo ocurrido y el médico le indicó a la mujer que se
pusiera de pie. Entonces, rápidamente, cogió a la mujer en brazos y se fue con
ella corriendo. Gilario se había quedado boquiabierto. No podía creer lo que
acababa de divisar. Cuando el médico cogió a la mujer en brazos se convirtió
instantáneamente en algo parecido a un gigante, pero con un solo ojo. Cuando,
por fin, Gilario logró reaccionar, decidió ir en busca de la mujer. Salió de la
sala y, en la puerta, alguien lo esperaba. Apuntó a Gilario con la pistola; él
reaccionó rápido y sacó su cuchillo jamonero de repuesto de la chaqueta; el
hombre se asustó y bajó el arma. Gilario, que tenía prisa, le dijo a aquel
hombre: “No te mataré, pero, a cambio, me ayudarás a buscar a alguien”. Este
aceptó sin problemas. Se llamaba Sancho y era un simple butanero hasta hacía
tres días. Alguien le había ofrecido mucho dinero por matar a Gilario y él
había aceptado.
Emprendieron
su camino en busca de la mujer; lo hicieron siguiendo las huellas que el
cíclope había dejado en el camino de tierra a la salida del médico. Después de
andar varias horas, por fin divisaron algo: era espléndido; probablemente, lo
más alucinante que habían visto nunca. Se trataba de un palacio de cristal
brillante, con torreones altísimos y grandes ventanales. Se dirigieron al
puente por el que se cruzaba el gran foso que rodeaba el palacio. Pero este
estaba protegido por una rejilla de acero fortificada. De repente, una sirena
emergió del agua del foso. Gilario y Sancho no cabían en su asombro. La sirena
les preguntó que a qué iban allí y, estos, le respondieron que iban en busca de
una mujer que había sido raptada por un gran cíclope.
La
sirena les confesó que, efectivamente, se encontraban en el interior del
palacio y que deberían entrar allí lo más rápido posible si querían encontrarla
viva. Sancho y Gilario le explicaron a la sirena que la verja estaba cerrada y
que no podrían cruzar el puente. La sirena, sin pensarlo dos veces, salió del
agua y, de un golpe, tiró la verja abajo. Y resulta que la sirena había sufrido
vigorexia años atrás y ahora se encontraba en plena forma. Sancho y Gilario le
agradecieron a esta su ayuda y se
dirigieron al interior del palacio. Allí se encontraron al gigante con la mujer
y a un hombre que parecía ser su jefe. Sancho, al ver a aquel hombre, lo
reconoció en seguida: era él quien le había ordenado matar a Gilario. Entonces
fue cuando se dio cuenta de que todo había sido una trampa para traer a Gilario
a aquel lugar. El hombre, sin decir ni una palabra apuntó a Gilario con su
pistola, pero antes de que le diera tiempo a apretar el gatillo, la sirena se
le abalanzó y le arrebató el arma y le disparó. Todos se quedaron en shock y,
finalmente, el gigante soltó a la mujer y salió corriendo de aquel palacio hacia
el bosque. La sirena abrió la puerta de la mazmorra del palacio y miles de
cíclopes más salieron corriendo hacia el bosque. Parecía que llevaran años sin
ver la luz del sol. La sirena les explicó a Sancho y Gilario que aquel hombre
era un vampiro que, como no podía salir del palacio de día, se dedicaba a
enviar a millones de cíclopes cleptómanos a la ciudad a capturar a sus
víctimas para, así, alimentarse. Los dos hombres se despidieron de la sirena, que
se dirigió de vuelta al foso, y ellos regresaron al pueblo. No contaron a nadie
lo ocurrido y prometieron mantenerlo como un secreto que compartirían el resto
de sus vidas.
**********
GOTAS DE POESÍA CON LA LLUVIA COMO MOTIVO
Karina Galeano Agudelo y Karol Andrea Cabrales Villota (2º de
ESO-PMAR)
Como llovía, el payaso se escondía/
porque sabía que su maquillaje no duraría.
*
Su temor y su tristeza poco a poco
derrotaba/ la gota de felicidad que en ella se encontraba.
*
Como llovía, la tristeza inundaba los
corazones de las personas,/ desvaneciéndose el sentimiento del amor/ y todo se
tornaba de un color gris.
*
Como llovía, el temor de la
felicidad/ se notaba mucho más,/ al saber que la tristeza llegaba a gobernar.
*
No lo intentes/ tu dolor no se puede
ocultar.
*
Qué cosa me da saber/ que tus besos
no regresarán.
*
Como llovía, se despertó el
sentimiento de la amargura/ todo sabía a limón/ y sin un grano de azúcar en el
corazón.
*
Como llovía, la batalla volvía una
vez más,/ siempre que caía una gota,/ era un soldado intentando luchar.
*
El temor era como sus rizos/ cada vez
me enredaban y me ataban/ cuando en sus besos me hallaba.
*
Si solo una corona te pones,/ no
dejas que te valgan las demás.
*
El engaño de tus besos/ me enreda
cada vez más.
*
Ella era fría como el hielo/ y, a
pesar de eso,/ él se enamoró/ porque recordaba que el hielo/ cuanto más frío,
más quema.
*
Él se fue y aun así ella siguió
brillando.
*
Lo arriesgamos todo por nada.
*
No sabía que sus dulces palabras
venían ya vencidas.
*
Le prometió mil cosas sabiendo que
solo eran posibles tres/ y ella, cegada por su amor,/ le creyó mil más.
*
Sus miradas y las mías se confunden
en el camino.
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