IES SAPERE AUDE


jueves, 21 de noviembre de 2019

NUEVOS MISTERIOS, SUSPENSES Y DESASOSIEGOS





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LA HISTORIA DE MARTA
LAURA VAZ GUERRERO (4º D DE ESO)

Marta, una chica de temprana edad, vivía en un pequeño pueblo en las montañas, entre un gran valle oculto a la vez que misterioso. Ella, como todos los días, fue a la biblioteca a estudiar y a leer para distraerse de sus problemas. Al salir a las ocho y media, cuando cierran la biblioteca, le quedaba un camino largo de unos veinte minutos a su casa.

En un camino del bosque, se encontró a una anciana con un abrigo negro, como una capa. Marta iba tranquila, a lo suyo, pensando en llegar a casa. Al cruzarse un poco más adelante, la anciana la llamó:

—Chiquita, chiquita.

Y Marta no hizo caso. Siguió adelante.
La anciana insistió:

—Eres Marta, ¿verdad?

Esta se paró y le contestó:

—Sí, ¿cómo sabe mi nombre?
—Este es un pueblo muy pequeño y yo soy una vieja astuta que sabe todo.

Marta se quedó asombrada a la vez que aterrorizada, y le comentó:

—Yo jamás la he visto por el pueblo.
—Claro que no me has visto. Es que no suelo salir mucho de casa porque soy ya muy vieja y solo suelo salir de vez en cuando a dar paseos.
—¿Y dónde vive?

La anciana señaló una luz a lo lejos, como hacia el cementerio, y le dijo:

—Si quieres, ven un día a visitarme a la puerta trece y pregunta por doña Elena.
—Vale. Hasta otro día —dijo Marta.

A la mañana siguiente, Marta salió a hacer unos recados y por curiosidad se acercó a la supuesta casa de doña Elena. Llegó hasta donde le había dicho la anciana y preguntó por la puerta trece. Entonces le dijeron que allí solo había una mujer que murió hacía una semana de un ataque al corazón. En la sala había un ataúd con su nombre.
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LA CASA MISTERIOSA
IRENE CERRILLO TORREGROSA (4º D DE ESO)

El fin de semana pasada me fui de casa rural con unos amigos. La casa estaba en lo alto de una montaña. Por fuera, era un poco vieja, pero parecía bastante acogedora.

Cuando llegamos, nuestros amigos no habían llegado aún, y les estuvimos esperando a fuera en el jardín.

Mientras tanto, oímos ruidos dentro de la casa, pensamos que era la propietaria.

Al llegar nuestros amigos, llamamos a la puerta de la casa, pero nadie la abrió. Estuvimos esperando, y cuando llevábamos cinco minutos, apareció la señora.

Era mayor, bajita y se la veía asustada. Nos abrió la puerta, y cuando nos enseñó la casa le contamos que habíamos oído unos ruidos dentro de la casa. En este momento, se quedó paralizada y sin saber lo que decir. Cuando nos estaba enseñando la habitación en la que íbamos a estar mi amiga y yo, se escuchó un golpe muy fuerte dentro del armario. La señora nos empezó a decir que mejor nos fuéramos de la habitación y que volviésemos luego. Mi amiga y yo nos quedamos un poco extrañadas.

Al terminar de enseñarnos la casa, la señora se marchó rápidamente.

Cuando ya se había ido, fuimos corriendo a hablar con nuestros padres y les preguntamos qué eran esos ruidos, ellos nos dijeron que a lo mejor eran ratones o algún bicho que había correteando por ahí. A la hora de cenar, se fue la luz del comedor, los padres pensaron que era normal, pero mi amiga y yo pensamos que algo raro estaba pasando.

Terminamos de cenar y mi amiga y yo nos pusimos a jugar al parchís. En medio de la partida, nos fuimos a la cocina a beber agua, al llegar al salón donde estábamos jugando, miramos el tablero y todas las fichas estaban descolocadas. Les preguntamos nuevamente a nuestros padres, que estaban viendo una película al lado, si habían tocado algo. Todos nos contestaron que no, que ninguno se había levantado del sofá. Por la noche, estábamos las dos en la habitación, ya llevábamos una hora hablando. De repente, la luz empezó a parpadear y cuando nos callamos paró, y así sucesivamente. Apagamos la luz, y seguimos hablando, empezó a sonar unos ruidos muy fuertes en el armario como si alguien nos estuviese mandando callar. Abrimos la puerta del armario y no había nada. Las dos, con mucho miedo, fuimos a avisar a nuestros padres. Nos dijeron que no pasaba nada, que la casa era antigua. Nosotras no queríamos dormir ahí, así que nos bajamos al sillón del salón.

Al día siguiente, cuando nos íbamos, vino con la señora mayor un niño pequeño. El niño nos preguntó en qué habitación habíamos dormido y le explicamos lo sucedido. Él nos explicó que esa casa antiguamente pertenecía a una familia con dos hijos y que un día, misteriosamente, desaparecieron, pero sus espíritus aún seguían en la casa. Cuando nos lo contó, fuimos corriendo a decírselo a nuestros padres. Ellos se empezaron a reír y nos dijeron que era un niño pequeño que se lo habría inventado.
Nosotras aún no sabemos si es verdad o es mentira, es todo un misterio.
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CARTA DE SUICIDIO
DAVID JIMÉNEZ FERNÁNDEZ (4º D DE ESO)

Una armoniosa melodía despierta mis sentidos, el dónde estoy o cómo he llegado aquí no importan. La melodía sigue sonando, cada vez más alto, el altar de piedra frente a mí retumba, los árboles se zarandean al son de la música, lentamente, con insistencia y sin pausa, y, ante el cambio de ritmo, paran y al segundo vuelven a moverse adaptados al nuevo ritmo.

Un camino de tierra se abre frente a mí, los animales como el zorro, el conejo o el cervatillo corren por él sin molestarse entre ellos, en sincronía. Por su parte, los búhos, las lechuzas y alguna golondrina se posan en las ramas y acompañan con su canto a esta maravillosa melodía. Subo por el monte a la luz de la luna, dejando que la naturaleza y mi oído me guíen. Un arroyo parece cambiar su caudal para adaptarse a las notas de esta bella voz y su perfecta melodía.

Llegando ya a la cima, veo que me encuentro en el cráter de un volcán, y que, justo en el centro, hay un lago con una pequeña isla y, en ella, una mujer vestida de blanco canta, y su voz es la que hacía retumbar el altar de piedra. Era ella la música que hacía zarandear a los árboles, era ella la melodía que hacía cantar a los pájaros, era ella el sonido que obligaba al arroyo a cambiar su caudal. Bajo corriendo a la orilla del lago y me doy cuenta de que hay muchas piedras con forma de lápida rodeando el cráter, haciéndolo parecer un cementerio.

La mujer de la isla me mira, y yo la miro, y veo su cara, y la reconozco, y sé que la conozco, y cierro los ojos, y vuelvo a abrirlos y me veo en mi habitación, tumbado en mi cama, y entonces me doy cuenta de lo que ha pasado, un sueño, estoy lleno de euforia y frustración. Pienso si lo que he sentido era real. Por supuesto que lo era, mas ella, ella no me querría nunca, no la volveré a escuchar cantar, esa hermosa melodía desaparecerá en mi memoria. Ya sé lo que tengo que hacer, y creo sin duda que es lo correcto, ahora solo queda una pregunta: ¿Con la pistola o por la ventana?
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LEYENDA URBANA
NO BAJES
OMAIMA AHADDOUT (4º D DE ESO)

Era un sábado por la noche y me habían invitado a una de las casas del vecindario. Sabía que iba a ser una fiesta bastante divertida y todas mis amigas iban a asistir.

Pero yo no podía ir. Mi madre trabaja de enfermera en el turno de noche, y aquella noche la tenía libre y se quedaba en casa, así que preferí quedarme con mi madre.

Hacía tiempo que no hacíamos eso juntas. Pedimos comida y encendimos la tele para ver nuestro programa favorito, terminamos de cenar y el programa acabó también, recogimos todo y apagamos la tele.

Estuvimos poniéndonos al día en la cocina y después cada una subió a su habitación.

Eran las dos de la noche. En mi cama, ya sentada, llamé a una de mis amigas para ver cómo les había ido la fiesta. Mientras esperaba a que esta contestara, escuché a mi madre llamarme por mi nombre en la planta de abajo, desde la cocina.

Me llamó tres veces, así que colgué y dejé el móvil en la cama y me levanté para salir. Al poner un pie fuera de mi cuarto, una mano me agarró del brazo y me tiró hacia un lado del pasillo, me tapó la boca y, cuando miré para ver quién era, me di cuenta de que era mi madre, susurrándome:

—Shh... No bajes. Yo también lo he escuchado.
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LOS COLMILLOS DE DRÁCULA EN LA WEB
JOSE DIEZ JIMENEZ (4º B DE ESO)

Leyendas traídas por narradores de hace cinco siglos, contadores de historias de 1500 o 1600, afirman que había un ser mítico en una región tenebrosa y húmeda, llamada Transilvania, que solo salía de su castillo de noche, dormía en su tumba de día y se alimentaba de la sangre de mujeres jóvenes.

Drácula —así se llamaba— levantaba diariamente la pesada losa de mármol blanco de su tumba negra y sobrevolaba pantanos hasta encontrar un cuello sonrosado y apetecible para clavar sus colmillos afilados y succionar la sangre y los sentimientos a chicas dormidas e indefensas...

Algo parecido es lo que el gobierno de nuestra comunidad hace con nosotros. Ponemos el cuello involuntariamente para que alguien, con colmillos afilados, se nutra de nuestros deseos, de nuestras esperanzas, de nuestras necesidades insatisfechas.

No pintamos nada en esta cadena.

Con avances tecnológicos, como Internet, que los románticos, en su tiempo, hace casi doscientos años, no habrían soñado, nos encadenan aún más al aislamiento, a la soledad.

Te dicen que debes hacer algo por la web, pero después es imposible resolverlo, y no hay nadie al otro lado.

El “Vuelva usted mañana”, de Larra, en versión cibernética.

La desesperación y el desamor a través de una pantalla.

Drácula chupándonos hoy la sangre digital.

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