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LA
HISTORIA DE MARTA
LAURA
VAZ GUERRERO (4º D DE ESO)
Marta,
una chica de temprana edad, vivía en un pequeño pueblo en las
montañas, entre un gran valle oculto a la vez que misterioso. Ella,
como todos los días, fue a la biblioteca a estudiar y a leer para
distraerse de sus problemas. Al salir a las ocho y media, cuando
cierran la biblioteca, le quedaba un camino largo de unos veinte
minutos a su casa.
En un camino del bosque, se encontró a una anciana con un abrigo
negro, como una capa. Marta iba tranquila, a lo suyo, pensando en
llegar a casa. Al cruzarse un poco más adelante, la anciana la
llamó:
—Chiquita,
chiquita.
Y Marta no hizo caso. Siguió adelante.
La anciana insistió:
—Eres
Marta, ¿verdad?
Esta se paró y le contestó:
—Sí,
¿cómo sabe mi nombre?
—Este
es un pueblo muy pequeño y yo soy una vieja astuta que sabe todo.
Marta se quedó asombrada a la vez que aterrorizada, y le
comentó:
—Yo
jamás la he visto por el pueblo.
—Claro
que no me has visto. Es que no suelo salir mucho de casa porque soy
ya muy vieja y solo suelo salir de vez en cuando a dar paseos.
—¿Y
dónde vive?
La anciana señaló una luz a lo lejos, como hacia el cementerio, y
le dijo:
—Si
quieres, ven un día a visitarme a la puerta trece y pregunta por
doña Elena.
—Vale.
Hasta otro día —dijo Marta.
A la mañana siguiente, Marta salió a hacer unos recados y por
curiosidad se acercó a la supuesta casa de doña Elena. Llegó hasta
donde le había dicho la anciana y preguntó por la puerta trece.
Entonces le dijeron que allí solo había una mujer que murió hacía
una semana de un ataque al corazón. En la sala había un ataúd con
su nombre.
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LA
CASA MISTERIOSA
IRENE
CERRILLO TORREGROSA (4º D DE ESO)
El
fin de semana pasada me fui de casa rural con unos amigos. La casa
estaba en lo alto de una montaña. Por fuera, era un poco vieja, pero
parecía bastante acogedora.
Cuando llegamos, nuestros amigos no habían llegado aún, y les
estuvimos esperando a fuera en el jardín.
Mientras tanto, oímos ruidos dentro de la casa, pensamos que era la
propietaria.
Al llegar nuestros amigos, llamamos a la puerta de la casa, pero
nadie la abrió. Estuvimos esperando, y cuando llevábamos cinco
minutos, apareció la señora.
Era mayor, bajita y se la veía asustada. Nos abrió la puerta, y
cuando nos enseñó la casa le contamos que habíamos oído unos
ruidos dentro de la casa. En este momento, se quedó paralizada y sin
saber lo que decir. Cuando nos estaba enseñando la habitación en la
que íbamos a estar mi amiga y yo, se escuchó un golpe muy fuerte
dentro del armario. La señora nos empezó a decir que mejor nos
fuéramos de la habitación y que volviésemos luego. Mi amiga y yo
nos quedamos un poco extrañadas.
Al terminar de enseñarnos la casa, la señora se marchó
rápidamente.
Cuando ya se había ido, fuimos corriendo a hablar con nuestros
padres y les preguntamos qué eran esos ruidos, ellos nos dijeron que
a lo mejor eran ratones o algún bicho que había correteando por
ahí. A la hora de cenar, se fue la luz del comedor, los padres
pensaron que era normal, pero mi amiga y yo pensamos que algo raro
estaba pasando.
Terminamos de cenar y mi amiga y yo nos pusimos a jugar al
parchís. En medio de la partida, nos fuimos a la cocina a beber
agua, al llegar al salón donde estábamos jugando, miramos el
tablero y todas las fichas estaban descolocadas. Les preguntamos
nuevamente a nuestros padres, que estaban viendo una película al
lado, si habían tocado algo. Todos nos contestaron que no, que
ninguno se había levantado del sofá. Por la noche, estábamos las
dos en la habitación, ya llevábamos una hora hablando. De repente,
la luz empezó a parpadear y cuando nos callamos paró, y así
sucesivamente. Apagamos la luz, y seguimos hablando, empezó a sonar
unos ruidos muy fuertes en el armario como si alguien nos estuviese
mandando callar. Abrimos la puerta del armario y no había nada. Las
dos, con mucho miedo, fuimos a avisar a nuestros padres. Nos dijeron
que no pasaba nada, que la casa era antigua. Nosotras no queríamos
dormir ahí, así que nos bajamos al sillón del salón.
Al día siguiente, cuando nos íbamos, vino con la señora mayor
un niño pequeño. El niño nos preguntó en qué habitación
habíamos dormido y le explicamos lo sucedido. Él nos explicó que
esa casa antiguamente pertenecía a una familia con dos hijos y que
un día, misteriosamente, desaparecieron, pero sus espíritus aún
seguían en la casa. Cuando nos lo contó, fuimos corriendo a
decírselo a nuestros padres. Ellos se empezaron a reír y nos
dijeron que era un niño pequeño que se lo habría inventado.
Nosotras aún no sabemos si es verdad o es mentira, es todo un
misterio.
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CARTA
DE SUICIDIO
DAVID
JIMÉNEZ FERNÁNDEZ (4º D DE ESO)
Una
armoniosa melodía despierta mis sentidos, el dónde estoy o cómo he
llegado aquí no importan. La melodía sigue sonando, cada vez más
alto, el altar de piedra frente a mí retumba, los árboles se
zarandean al son de la música, lentamente, con insistencia y sin
pausa, y, ante el cambio de ritmo, paran y al segundo vuelven a
moverse adaptados al nuevo ritmo.
Un camino de tierra se abre frente a mí, los animales como el
zorro, el conejo o el cervatillo corren por él sin molestarse entre
ellos, en sincronía. Por su parte, los búhos, las lechuzas y alguna
golondrina se posan en las ramas y acompañan con su canto a esta
maravillosa melodía. Subo por el monte a la luz de la luna, dejando
que la naturaleza y mi oído me guíen. Un arroyo parece cambiar su
caudal para adaptarse a las notas de esta bella voz y su perfecta
melodía.
Llegando ya a la cima, veo que me encuentro en el cráter de
un volcán, y que, justo en el centro, hay un lago con una pequeña
isla y, en ella, una mujer vestida de blanco canta, y su voz es la
que hacía retumbar el altar de piedra. Era ella la música que hacía
zarandear a los árboles, era ella la melodía que hacía cantar a
los pájaros, era ella el sonido que obligaba al arroyo a cambiar su
caudal. Bajo corriendo a la orilla del lago y me doy cuenta de que
hay muchas piedras con forma de lápida rodeando el cráter,
haciéndolo parecer un cementerio.
La mujer de la isla me mira, y yo la miro, y veo su cara, y la
reconozco, y sé que la conozco, y cierro los ojos, y vuelvo a
abrirlos y me veo en mi habitación, tumbado en mi cama, y entonces
me doy cuenta de lo que ha pasado, un sueño, estoy lleno de euforia
y frustración. Pienso si lo que he sentido era real. Por supuesto
que lo era, mas ella, ella no me querría nunca, no la volveré a
escuchar cantar, esa hermosa melodía desaparecerá en mi memoria. Ya
sé lo que tengo que hacer, y creo sin duda que es lo correcto, ahora
solo queda una pregunta: ¿Con la pistola o por la ventana?
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LEYENDA
URBANA
NO
BAJES
OMAIMA
AHADDOUT (4º D DE ESO)
Era
un sábado por la noche y me habían invitado a una de las casas del
vecindario. Sabía que iba a ser una fiesta bastante divertida y
todas mis amigas iban a asistir.
Pero yo no podía ir. Mi madre trabaja de enfermera en el turno de
noche, y aquella noche la tenía libre y se quedaba en casa, así que
preferí quedarme con mi madre.
Hacía
tiempo que no hacíamos eso juntas. Pedimos comida y encendimos la
tele para ver nuestro programa favorito, terminamos de cenar y el
programa acabó también, recogimos todo y apagamos la tele.
Estuvimos poniéndonos al día en la cocina y después cada
una subió a su habitación.
Eran las dos de la noche. En mi cama, ya sentada, llamé a una de
mis amigas para ver cómo les había ido la fiesta. Mientras esperaba
a que esta contestara, escuché a mi madre llamarme por mi nombre en
la planta de abajo, desde la cocina.
Me llamó tres veces, así que colgué y dejé el móvil en
la cama y me levanté para salir. Al poner un pie fuera de mi cuarto,
una mano me agarró del brazo y me tiró hacia un lado del pasillo,
me tapó la boca y, cuando miré para ver quién era, me di cuenta de
que era mi madre, susurrándome:
—Shh... No bajes. Yo también lo he escuchado.
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LOS
COLMILLOS DE DRÁCULA EN LA WEB
JOSE
DIEZ JIMENEZ (4º B DE ESO)
Leyendas
traídas por narradores de hace cinco siglos, contadores de historias
de 1500 o 1600, afirman que había un ser mítico en una región
tenebrosa y húmeda, llamada Transilvania, que solo salía de su
castillo de noche, dormía en su tumba de día y se alimentaba de la
sangre de mujeres jóvenes.
Drácula —así se llamaba— levantaba diariamente la pesada
losa de mármol blanco de su tumba negra y sobrevolaba pantanos hasta
encontrar un cuello sonrosado y apetecible para clavar sus colmillos
afilados y succionar la sangre y los sentimientos a chicas dormidas e
indefensas...
Algo parecido es lo que el gobierno de nuestra comunidad hace con
nosotros. Ponemos el cuello involuntariamente para que alguien, con
colmillos afilados, se nutra de nuestros deseos, de nuestras
esperanzas, de nuestras necesidades insatisfechas.
No pintamos nada en esta cadena.
Con avances tecnológicos, como Internet, que los románticos, en
su tiempo, hace casi doscientos años, no habrían soñado, nos
encadenan aún más al aislamiento, a la soledad.
Te
dicen que debes hacer algo por la web, pero después es imposible
resolverlo, y no hay nadie al otro lado.
El “Vuelva usted mañana”, de Larra, en versión
cibernética.
La desesperación y el desamor a través de una pantalla.
Drácula chupándonos
hoy la sangre digital.
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